'No soy ningún renacuajo', dice el espermatozoide.
La célula masculina pide respeto.
"Respondo por la mitad de todo", cuenta en esta entrevista.
En un mundo que clama por
la equidad y el respeto por las diferencias, yo, un espermatozoide,
quiero reivindicarme, aunque sea ínfimo y a pesar de que tenga que
actuar en tumulto con millones para hacerme presente.
Existir ya es difícil para mí, más si se tiene
en cuenta que mi misión en la vida es ser la pareja de un óvulo esquivo
que es diez mil veces más grande que yo.
Quiero que sepan que en la tarea de
conquistarlo acaban sacrificados, en el altar de los cortejos, cientos
de miles de mis congéneres.
Todos competimos en una carrera frenética y a
la ciega, a codazo y a patada limpia, por llegar y entregar primero una
carga que es, nada más ni nada menos, que la mitad de las
características que tendría cualquier ser.
Por eso no admito que nos menosprecien;
hacerlo sería mirar con desdén el valioso aporte del varón, ese que
tiene como gran distintivo la factoría en la que me crié: los
testículos.
‘Así vivo yo’
Permítanme hacer un recuento de mi corta, incierta y casi siempre sufrida vida.
A nosotros nos producen por montones, todos
los días. Es más, las fábricas chinas son unas aficionadas al pie de los
testículos, que funcionan en cada varón desde que cumplen los 12 años y
de manera ininterrumpida, a un ritmo de 10 mil a 30 mil millones de
espermatozoides por mes.
Si todos lográramos colonizar un óvulo (en
caso de que los hubiera, claro) podríamos poblar el planeta entero
cuatro veces en un mes. Así que respetico…
Desde que empiezan a fabricarme en mi casa,
mejor dicho, desde la etapa de espermatogonia, hasta que estoy madurito y
listo para entrar en acción, quiero decir, cuando ya soy un
espermatozoide hecho y derecho, pasan alrededor de dos meses y medio. Y
les doy un datico: diariamente 500 millones de nosotros, ya maduros, son
inventariados en ambos testículos; ahí nos vamos acumulando como un
ejército, listos para ir allá, a donde toca ir.
‘Soy un bólido’
Y ya que me dejaron hablar de mí, aprovecho para exigir que dejen de compararme con los renacuajos, por favor.
Soy cabezón como una ojiva; allí guardo 23
cromosomas repletos de ADN que determinan el sexo de la descendencia,
entre muchas otras características.
Como cabezón que soy, tengo un sombrero que se
llama acrosoma. En él porto una especie de herramienta, en forma de
enzimas, que ablanda la pared del óvulo para que yo pueda hacer mi
entrada triunfal con mi valioso equipaje.
Debajo de mi cabeza hay una especie de cuello
tortuga donde están las mitocondrias. Estas son como generadores que me
dan la energía que necesito para trasegar por laberintos oscuros tras el
óvulo.
Tengo, además, una cola que es una maravilla
de la ingeniería de propulsión.
Ella me permite, literalmente, nadar a
la vertiginosa velocidad de tres milímetros por minuto. ¡Tres milímetros
por minuto! Les parecerá poco, pero a esa escala yo soy un bólido de
verdad. Al lado mío, el tal Michael Phelps sí es un renacuajo.
Soy consciente de que, salvo los urólogos y
los especialistas en fertilidad, nadie más se atreve a hablar de mí en
un coctel; sé que en general mi nombre produce sonrojos y la materia en
la que nado sí que obliga a bajar la mirada y a cambiar de tema. Nado
entre semen y punto.
Por si no saben qué es, se los explico: es ese
líquido lechoso (perdón por lo prosaico) que es liberado durante la
eyaculación al final del acto sexual. Para mí es una maravilla: me
nutre, me da energía y me transporta.
Nadie se da el lujo de moverse como yo en esa
‘piscina’ compuesta de nitrógeno, ácido úrico, fructosa, fosforociclina,
glucosa, sodio, amoníaco y ácido ascórbico. Envidiable, ¿no?
Y a riesgo de que pongan cara de asco diré
que, según los que saben, cinco centímetros de este líquido es tan
nutritivo como la clara de un huevo. Dejémoslo ahí.
Por último, quiero compartirles algunos de mis
gustos personales o mejor espermatozoidales: prefiero el frío, pero no
la vida a la intemperie; por eso, nos quedamos fuera del cuerpo, dentro
del escroto. También tengo quién me cuide; las células de Sertoli se
fajan con el que sea para evitar que el cuerpo me destruya, porque soy
haploide, es decir, la mitad de una célula normal.
Y aun así, con mi cabezota levantada, puedo decir orgullosísimo que yo soy el responsable de la mitad de todo.
Cuídenme, por favor
Evite: algunos antibióticos
como la tetraciclina, la zentramicina y la eritromicina (salvo que se
los formule un médico), así como los anabolizantes con esteroides. Ellos
atentan contra la fábrica.
Cuidado: los varicoceles
(várices del área testicular), las fiebres, las infecciones urinarias no
controladas, los tumores, las inflamaciones, el virus de las paperas y
algunas enfermedades venéreas pueden reducir de manera dramática nuestra
cantidad y calidad.
Temperatura: diga no a todos
los hábitos que aumentan la temperatura en el área genital, como la ropa
interior ajustada, pasar sentado mucho tiempo, trabajar en áreas muy
cálidas o con el ‘laptop’ en las piernas.
CARLOS F. FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO
Asesor médico de EL TIEMPO