Es evidente que el sexo ocupa un papel central en nuestra cultura. La biología y la neurociencia han descubierto que buena parte de los comportamientos que moldean nuestra evolución y determinan nuestra arquitectura neural están motivados o son generados por el sexo (tal que muchas de las habilidades más impresionantes de la mente humana son como la cola del pavorreal: herramientas de cortejo). Hoy en día es difícil concebir la salud mental y física sin el ejercicio de una sexualidad plena. Freud encontró en el sexo –o en su carencia– la causa omnímoda de todos nuestros padecimientos psíquicos –de eso saltamos al presente donde revistas de belleza y salud atestan los supermercados y kioskos con la ubicua promesa de una mejor vida sexual o de un secreto que te hará conseguir la imagen paradigmática de lo sexy y por lo tanto el grial secular de satisfacer todos tus deseos y/o conseguir una pareja ideal.
Aunque estemos en desacuerdo con este reduccionismo pansexual, y entendamos que existen otras cosas –algunas caras más sutiles– que mueven al mundo además del sexo –no sólo el Eros sino el Logos–, no podemos dejar de reconocer la fuerza primordial de la energía sexual. Probablemente no sólo nacemos para encontrar una pareja y reproducirnos, existen otros factores intelectuales, emocionales o espirituales que entran al crisol –el mundo quizás no sólo sea el hechizo de la biología, de los genes (que inventan cosas como el amor para que copulemos y transmitamos su información), para perpetuarse a sí mismos. Pero no hay nada tan incontrovertiblemente cierto, nada que abarque y convulsione tanto, ni ejerza una atraccción tan fuerte –más allá de sofismas, credos, metafísica, idiosincracias, dogmas y palabras– como el sexo (o solo la muerte es tan real; el amor es impalpable como el cielo). Es por este magnetismo universal del deseo –imperio concreto del cuerpo: caballo real que arrastra al auriga fantasma de la psique– que el sexo se disuelve y se destila como poder. Poder que es permisividad (capacidad de hacer y transformar el mundo, y también de dejar ver al otro ese mundo: el sexo es lo más cercano a la transubstanciación) y prohibición (control, negación, neurosis, impenetrabilidad). Un poder, el sexo, que opera y oficia también sobre lo secreto –los asuntos de estado y recámara, lo que no se puede comunicar de otra forma, la intriga y el estigma– y trafica con la divisa fundamental del mundo: la energía.
No es extraño, entonces, que casi todas las culturas hayan imbuido su sexualidad de magia y tabú, de potencia y castigo. La palabra tabú viene del tongoleno y significa justamente prohibición. La prohibición primordial es la negación sexual (ese primer no), específicamente el incesto –una de las bases de la civilización según Freud. Para Levi-Strauss este tabú fundamental parte de que en sociedades primitivas existía una economía sexual de intercambio de mujeres. El tabú al incesto permite que se puedan ofrecer hijas y hermanas a cambio de otras mujeres –o de otros bienes. El romper con este tabú trae no sólo un castigo de la tribú, también un castigo invisible o supernatural –algo también práctico ya que el sexo generalmente se da manera secreta fuera de la mirada del grupo. Esto significa que el sexo toma un carácter de sagrado o execrable, es por eso que merece, al ser violado el orden impuesto, un castigo supernatural.
Extraños tabúes alrededor del mundo
En la Encyclopedia of Sex and Genderencontramos anotadas diferentes conductas de prohibición sexual. Los Cuna de Panamá aprueban el sexo solo en la noche, en sintonía con las leyes de Dios. Los Semang de Malasia creen que el sexo durante el día causa tormentas eléctricas y rayos letales, haciendo que perezcan no solo los infractores sino personas inocentes también. En cambio, y en ese exceso de la luz, los Bambara de África del Oeste creen que una pareja que tiene sexo en el día tendrá un hijo albino.
Frecuentemente se prohíbe el sexo en ciertos lugares. Los Mende, también de África del Oeste, no permiten intercambio sexual en los arbustos, mientras que los Semang prohíben el sexo dentro de su campamento por miedo a perturbar a los dioses. Entre los Bambara tener sexo al aire libre llevará a que las cosechas fracasen, como si la tierra fuera mancilladas por el coito.
En ocasiones la prohibición sexual está asociada con la guerra o la economía. Los Ganda de Uganda prohiben el sexo la noche antes de la batalla (como algunos entrenadores de futbol hoy en día, pero no por el desempeño físico). Los Lepcha de Bhuta y el Tibet prohíben las relaciones sexuales por tres meses después de que se ha colcocado una trampa para atrapar a un oso. Si se rompe el tabú, no se atrapará ningún animal. Los Cuna tampoco permiten sexo durante una cacería de tortugas. Los Yapese de Oceanía lo mismo durante una excursión de pesca y los Ganda durante el proceso de hacer una canoa (sería interesante investigar si estas prohibiciones no sólo tienen que ver con el miedo a un castigo supernatural sino con cultivar la propia energía para realizar una tarea, por ejemplo, entre tribus del amazonas se prohíbe tener sexo días antes de tomar ayahuasca o entre los huicholes antes de tomar peyote).
Las mujeres de los Ganda no pueden tener sexo mientras están velando a los muertos y los hombres de los Kwoma después de que se ha realizado una ceremonia religiosa. Los Jivaro no pueden tener sexo después de la muerte de alguien, después de plantar narcóticos, cuando se preparan para una fiesta o cuando han dado muerte a un enemigo.
Aunque estos tabúes nos pueden parecer exóticos, las prácticas sexuales de Occidente para otras culturas también seguramente parecerán extrañas. Entre ellas: no tener sexo un día a la semana, sólo tener sexo anal para llegar virgen al matrimonio, escribir símbolos másonicos en la ropa interior para purificar la genitalia, como hacen los mormones o incluso tener que ver videos pornográficos para tener relaciones autoeróticas, ya que el intercambio sexual en la sociedad ha sido anquilosado por una extraña sofisticación por momentos incomprensible.
Magia sexual: el portal del cuerpo
El sexo que encierra tanta prohibición, también libera y permite manipular el mundo exterior. La otra cara del tabú es la magia sexual, el desencadenamiento de fuerzas y energías al interior del cuerpo y en la naturaleza, algunas de ellas con una intención específica para operar un cambio en el entorno.
Los Etoro de Nueva Guinea creen que existe un élan vital que es transmitido a través del semen, por lo que los jóvenes adolescentes realizan sexo oral a los más grandes para obtener el “poder” a través de su semen. Después de estas prácticas homosexuales, regresan, como sementales, a la heterosexualidad, aunque después podrán recibir felaciones de los más jóvenes.
Los misterios de Eleusis fueron execrados por las autoridades cristianas porque supuestamente el cúlmen del ritual involucraba la cópula entre la sacerdotisa y el hierofante, en un hierosgamos performático –sin embargo, según Hipólito, el más perfecto de los misterios era “una espiga de trigo cultivada en silencio”.
Los druidas, según Robert Graves en La Diosa Blanca, consideraban sagrados a los animales que copulaban al aire libre, que no se escondían al aparearse y observarlos era considerado algo auspicioos –quizás por tener cerca el eros telúrico.
Numerosas tradiciones paganas, de las que se desprende el culto moderno de la wicca, consideran que tener sexo ciertos días, bajo cierta alineación de los astros y realizando una serie de ritos, suscita una serie de cambios (relacionados especialmente con la fertilidad: un espejo suscitativo) y beneficios energéticos. Esto especialmente se da el día de Mayday- Walpurgisnacht, donde también se celebra a la diosa madre Beltane, donde el Dios Joven y la Diosa tienen sexo y a través de su cópula en el talamo de la luz creciente se simenta el camino hacia el esplendor del verano donde “los frutos brillarán como el sol”.
Asimismo, numerosas sociedades secretas modernas conceden a la sexualidad un rol principal dentro de sus misterios iniciáticos. Tal es el caso del sistema ideado por el ocultista británico Aleister Crowley dentro de la magia de Thelema y la Ordo Templi Orientis. Dentro de la magia de Crowley existen numerosos rituales, uno de los más llamativos y estrafalarios es la Misa del Fénix, donde los practicantes ingieren una oblación –o “pastel de luz”– preparada con líquidos vitales, incluyendo semen, saliva y sangre.
El mismo Crowley relata haber puesto en práctica la magia sexual, junto con la Mujer Escarlata, y después de cópulas consagradas, abrir portales de comunicación con entidades dimensionales, las cuales eran canalizadas por su pareja –que encarnaba a la Diosa Babalon. En una de estas sesiones en Egipto, en 1904, su esposa Rose, la diosa en turno, entró en comunicación con entidades angelicales (o algunos dirán demoniacas y entre ellas su gran aliado Aiwass) que fueron revelando a Crowley lo que sería el Libro de la Ley, bastión de la filosofía de la voluntad crowleyana. Que inicia:
Had! The manifestation of Nuit.
The unveiling of the company of heaven.
Every man and woman is a star.
Every number is infinite; there is no difference.
Help me, o warrior lord of Thebes, in my unveiling before the Children of men!
Este mismo libro, Liber al vel Legis, tiene la aportación de tratar todo acto sexual como un sacramento. Algo que Crowley continuará a través de su obra, con una licencia siempre irreverente. En el Book of Lies, Crowley revela técnicas para prolongar el sexo oral mutuo bajo el influjo del hashish para así lograr un estado de trance. En el libro The Paris Workings, Crowley escribe sobre operaciones de magia homosexual, las cuales frecuentemente practicaba con sus adeptos vía el (otro) ojo de Horus o per vas nefandum. De Crowley podemos tomar una idea generatriz, siguiendo esta definición”todo acto intencional es un acto mágico”, el sexo realizado con una intención específica puede alterar la naturaleza y conseguir la materialización de dicha intención. El mismo Crowley dabe el tip de, al momento del orgasmo, decir una oración.
Por supuesto, dentro del taoismo y el budismo tántrico, existen numerosos relatos sobre los poderes que se pueden obtener a través de cultivar la energía sexual y la sacralización de la unión de la energía femenina y la energía masculina. Una versión más pop y extraña de esto es lo que narra el escritor Drew Hempel, estudiante de qi-gong y entusiasta de las drogas psicodélicas. Según Hempel, después de practicar tantra y qi-gong ha logrado lo que llama “O at a D”, lo que consiste en ir a lugares públicos y sentarse en flor de loto para provocar múltiples orgasmos a distancia a mujeres desconocidas que llegan al sitio donde él esta, incluyendo en McDonald’s. Después de este asombroso acto sexual a distancia –como el del Merovingio en The Matrix– Hempel dice que sólo respira los electroquímicos que despiden las mujeres de esta forma obteniendo un superávit energético.
En el libro Think and Grow Rich, uno de los más grandes bestsellers de la historia de la literatura de negocios y superación personal, Napoleon Hill expone que el sexo tántrico –junto con el poder psíquico– es la clave para magnetizar riqueza en el mundo.
El siempre recatado Jorge Luis Borges ideó en un cuento, La Secta del Fénix, toda un culto esotérico para aludir al sexo, Y aunque la descripción que hace Borges del “Secreto” (que es el sexo) es más bien un juego literario de metáforas y enigmas para el lector común y no para el místico, existe una notable referencia iniciática, al llamar a esta religión secular sexual “del Fénix”: el ave que renace de sus cenizas, es decir el sexo como una especie de alquimia que contiene el secreto de la inmortalidad. De cualquier forma el exceso ocultista del sexo de Borges es un claro ejemplo de la propiedad mágico-misteriosa que, pese a la obscenidad predominante, aún se le imbuye al sexo: ”Lo propio de las sociedades modernas no es que hayan obligado al sexo a permanecer en la sombra, sino que ellas se hayan destinado a hablar del sexo siempre, haciéndolo valer, poniéndolo de relieve como el secreto”, dijo Foucalt.