Estudios muestran que no es sólo dormir bien lo que ayuda a mantener la salud, sino también recordar los sueños; ¿puede el espacio onírico ser usado como un espacio clínico para sanar mente y cuerpo y propulsar la evolución humana hacia nuevas dimensiones?
¿Estás deprimido? ¿Sientes que tus patrones de pensamiento están afectando tu salud general? Tal vez lo que necesitas es mantener un cuaderno cerca de tu cama y registrar tus sueños. Abrir un canal de comunicación con tu inconsciente. Recupera la fascinación por la vida vía el espacio onírico. Hey, hasta puede ser oniridiscente, después de detenerte a observar lo que produce tu psique, sus embrollos y quizás un par de pesadillas: paisajes luminosos aguardan más allá del arcoiris… ¡y sin pastillas! Si es que eres capaz de enfrentar los psicomonstruos que tejes en la oscuridad —y que inconsciente, y a veces imperceptiblemente, te persiguen en la vigilia.
Esto no es solo la terapia de autosuperación de los fines de semana de Pijama Surf —que a su vez recupera su veta onírica y su amor, a veces criticado, por la psicodelia (aquello que hace que la mente aparezca y se desnude). El Dr. Andrew Weil, uno de los estudiantes responsables de la expulsión de Tim Leary de Harvard en la década de los sesenta luego de que se agenciara una dosis de mescalina sintética,escribe para el Huffington Post un interesante artículo en el que explora la importancia de los sueños en la salud emocional y que a su vez exploramos aquí, en un psicoducto.
La ciencia identifica una relación entre el insomnio o la privación de sueño y la depresión (y factores que contribuyen al deterioro de la salud como el estrés). Esto es comúnmente aceptado. Sin embargo, poco se ha estudiado la relación entre no recordar los sueños y la depresión.
Se sabe que dormir es importante para el bienestar emocional e incluso se ha encontrado relación entre patrones de sueño inadecuados y una serie de infecciones como la gripe, la diabetes y hasta el cáncer. Pero, ¿qué es, exactamente, lo que hace que dormir sea tan necesario? La Dra. Rosalind Cartwright del Centro Médico Rush de Chicago ha descubierto que individuos que recuerdan sus sueños tienden a sanar con mayor rapidez de estados depresivos asociados con el divorcio.
Rubin Naiman, del Arizona Center for Integrative Medicine, cree que la pérdida de los sueños, más que la privación del sueño per se, es una “fuerza sociocultural crítica” en el desarrollo de la depresión, la cual generalmente pasa desapercibida. “Una buen hábito de sueños contribuye a nuestro bienestar psicológico al promover una memoria sana, alejar la depresión y al expandir nuestra conciencia ordinaria hacia regiones más amplias y espirituales”, dice Naiman.
El hecho de que los sueños —y no solo la falta de sueño— afecte la salud, tiene una importancia que pasa de largo a la medicina moderna. La mayoría de los fármacos que se preescriben para tratar desórdenes relacionados con el sueño y la depresión tienen el efecto secundario de suprmimir la memoria de los sueños —así que podrían estar atacando un padecimiento solo de manera superficial.
Existe cierta reluctancia a considerar seriamente a los sueños como materia de estudio, probablemente porque se mantienen relativamente inaccesibles a la observación científica, siendo enteramente subjetivos desde esta perspectiva —pese a que en ocasiones evoquen motivos arquetípicos que trascienden a un individuo.
Uno de los pocos métodos ideados para penetrar el casi insondable mundo de lo que sucede cuando soñamos es el desarrollado por el Dr. Stephen LaBerge de la Universidad de Stanford. LaBerge logró entrenar a diferentes voluntarios a emitir una señal durante sus sueños cuando algo en específico les estaba sucediendo, por ejemplo, cuando estaban teniendo sexo. Esto fue realizado en personas capaces de tener sueños lúcidos, sueños en los que se tiene cierta conciencia de que se está soñando. Los resultados de las investigaciones de LaBerge muestran que un fenómeno que sucede en el espacio onírico tiene una correspondencia fisiológica, tal que un orgasmo soñando genera respuestas corporales similares a un orgasmo despierto. Y si un orgasmo, un estado de meditación o una oración producen cambios benéficos en nuestro organismo cuando estamos despiertos, ¿por qué no habrían de producirlos, aunque sea en menor medida, cuando los soñamos? LaBerge escribe:
Existen anécdotas que sugieren que los sueños lúcidos pueden tener cierta apliación en la sanación. Basada en experimentos conducidos en el pasado que muestran una fuerte correspondencia entre tareas realizadas en el estado de sueño y los efectos en el cerebro y en menor medida en el cuepo, se ha hecho la sugerencia de que sueños lúcidos específicos podrían ayudar a sanar procesos cerebrales.
Una de las teorías recientes más populares para explicar el misterio de para qué o por qué soñamos sugiere que los sueños tienen una función ligada a “ensayar una respuesta adaptativa a un desafío”, tal que en la antigüedad los sueños, por ejemplo, nos habrían ayudado a escapar de un depredador haciendo pruebas en un escenario virtual sin tener que morir en el ensayo —y en la actualidad podrían también ayudarnos a generar una idea para solucionar un problema, de lo que abundan ejemplos ilustres como el descubrimiento de la tabla periódica de Dimitry Mendeleyev durante un sueño.
Esto se conecta con lo que creía el Dr. William C. Dement, el hombre que descubrió los sueño R.E.M. Dement pensaba que “el sueño REM podría haber evolucionado para ser utilizado en el futuro”, y profetizó: “la función eventual de los sueños será permitir al hombre experimentar las múltiples alternativas del futuro en la cuasi-realidad del sueño y así tomar una decisión más ‘informada’”.
Por otro lado Stephen Laberge, en su libro Lucid Dreaming, teoriza que una de las funciones biológicas de los sueños es justamente el aprendizaje: existe una correlación entre el REM y nuestra capacidad de aprender algo (personas que tuvieron sueños con patrones de REM en el proceso de aprender algo tuvieron mejores resultados que las que no tuvieron estos sueños).
A mi juicio todas estas teorías tienen algo de cierto y se manifiestan en distintos niveles. Muchos de nosotros soñamos con cosas que hemos tenido en mente en el día o en tiempos recientes. Esto nos remite a que, más allá de una cierta obsesividad, el sueño nos permite continuar un proceso cognitivo desde otra perspectiva, usando otras partes de nuestro cerebro, lo cual significa arrojar una luz nueva a los asuntos que nos ocupan. Generalmente desdeñamos estos sueños —que son un tanto superficiales—, considerándolos como meros residuos de nuestros procesos psíquicos en aras de desecharse. Pero si tenemos cierta lucidez en recordar estos sueños podremos probablemente identificar nuestros patrones mentales al abordar cierto tema y observarlos (observarnos) desde otro ángulo, lo cual suele ser liberador: así este reprocesamiento de nuestro acontecer psíquico diurno puede ser una forma de desatar nudos y borrar el cassette, permitiéndonos luego vivir en el presente. “En la primera parte de la noche parece que [los sueños] procesan y dispersan las emociones residuales negativas de la vigilia; los sueños más tarde en la noche integran este material al sentido de ser que uno tiene de sí mismo”, dice Rubin Naiman. “Se nos recuerda que soñar es una forma a través de la cual permitimos que nuestra conciencia respire; se expanda y cure”.
Al mismo tiempo, el hecho de que revivamos nuestros días en los sueños, más que un mero loopexistencial, puede significar un proceso de reconsolidación de memoria. Muchas personas habrán experimentado que pasar toda la noche estudiando no suele ser tan efectivo como estudiar un buen trecho y luego dormir. Soñar posiblemente nos permite repasar lo que hemos vivido con áreas más profundas de nuestro cerebro, introyectando lo que hemos experimentado hacia el fondo casi infinito de nuestra (in)conciencia: casi como si en la noche, soñando, se formaran hologramas de nuestras experiencias.
El sueño a un nivel más profundo, me parece, es capaz no solo de orientarnos en el laberinto de la mente, sino también de sanar en toda nuestra extensión. Hay que considerar que muchas de nuestras enfermedades son el resultado de procesos psíquicos obstruidos o traumas —de la misma forma una obstrucción en nuestros aparato digestivo o en nuestro sistema circulatorio puede generar una enfermedad; las enfermedades pueden entenderse como una especie de metáfora somatizada de una obstrucción psíquica. La enigmática frase de Carl Jung que exploré en un artículo anterior, «Los que eran dioses se han convertido en enfermedades», nos sugiere que los procesos arquetípicos de la mente —los dioses, los héroes, las grandes gestas, los monstruos e incluso los ciclos cósmicos de la naturaleza de los cuales somos espejo atravesado— han sido reprimidos y por lo tanto degeneran en enfermedades. Estos ilustres y añejos habitantes de nuestra mente colectiva generalmente se manifiestan en los sueños —el lugar donde su narrativa fantástica puede manifestarse sin las constricciones de la razón, el lugar donde pueden operar su prístina magia simbólica. Matar un dragón en un sueño puede ser acabar con un trauma que nos asedia despiertos. Sin el flujo de los dioses en los sueños —de los símbolos universales de procesos individuales—, estamos limitando nuestra capacidad de operar sobre las regiones profundas de nuestra psique, el único lugar donde, hasta de un solo zarpazo, podemos sanar achaques que nos podrían perseguir toda una vida y allende.
Una última y radical teoría relacionada con los sueños: Rubin Naiman recomienda que en el día nos expongamos a la luz natural y en la nocha vayamos gradualmente apagando la luz —un atardecer simulado en el caso de no poder alinearnos con el atardecer natural. Esto para entrar en contacto con los ritmos circadianos naturales y permitir que los sueños den a luz sus frutos. Dicha práctica me hace recordar el ensayo de Cliff Pickover DMT, Moses and the Quest for Trascendence, donde este matemático influenciado por los psicodélicos sugiere que la visiones divinas de los profetas pudieron haber sido el resultado de la producción endógena de DMT, el poderoso enteógeno que nuestro cerebro secreta de manera natural, aunque difíiclmente a dosis que nos hagan alucinar como sucede cuando se fuma. Pickover y el mismo Dr. Rick Strassman creen que quizás la exposición a la luz artificial que ha venido ocurriendo, in crescendo, en los últimos mil años, podría haber limitado la producción de DMT endógeno. ¿Por que no pensar que una ciencia del sueño dirigida a potenciar nuestros neurotransmisores, de la mano de los ritmos naturales y de técnicas de biofeedback, pudiera adiestrarnos en la generación de DMT endógeno y así propiciar sueños divinos? En esa imagen, en la visión de la luz cristalina que revela su complejidad y desovilla su narrativa como si fuera hecha por guionistas omniscientes justo para nosotros, está la medicina del alma.
Así que si eres una persona que se jacta de vivir o al menos intentar vivir en un estado de conciencia de lo que sucede a su alrededor, de observar la naturaleza, de mantenerse en el presente, respirando, meditando en movimiento y escuchando su cuerpo, entonces sería poco congruente que no prestaras atención a tus sueños. No solo porque integran casi una tercera parte de tu vida, sino porque en ellos puedes acceder a un nivel de información al que difícilmente tendrás acceso despierto: en ellos se desnuda tu mente y quizás, con cierta disciplina, tu mismo espíritu se vuelve translúcido.