Estas moléculas pueden acelerar el envejecimiento y promover la génesis de males como el cáncer.
Como si de una fuerza
misteriosa y destructora se tratara, muchas personas profesan hoy
verdadero miedo a los archifamosos radicales libres y oxidantes.
De ellos se dice de todo: que son dañinos, que aceleran el envejecimiento y hasta que son capaces de causar cáncer y demencia. De hecho, la gente lo afirma, aun cuando lo cierto es que nadie los ha visto y poco se sabe de ellos.
Sin entrar en honduras técnicas, se puede
decir que los radicales libres son moléculas a las que les falta un
electrón y que a toda costa tratan de recuperarlo de las moléculas que
están próximas a ellas.
La verdad es que casi siempre lo logran y
dejan a las moléculas que atacan sin ese electrón, lo que las convierte
en otro radical libre que, a su vez, buscará el equilibrio con otra
molécula, reacción en cadena que puede ser interminable.
El problema es que estas moléculas inestables
forman parte de las células, que terminan afectándose, y, por extensión,
alteran la función de órganos y los sistemas, lo que puede manifestarse
con síntomas diversos.
Se sabe que los radicales libres
pueden aumentarse naturalmente con el metabolismo de algunos alimentos,
la respiración y el mismo ejercicio.
Sin embargo, factores externos como la
exposición al cigarrillo, a las radiaciones, a los alimentos procesados,
a los pesticidas y a la contaminación son sus mayores proveedores.
Ahora, es necesario entender que no todos los
radicales libres son dañinos. Por ejemplo, las células de defensa
generan radicales libres para quitarles electrones a las bacterias y, de
paso, desequilibrarlas y destruirlas.
Pero la mayoría es de un peligro supremo. Los
radicales libres también toman electrones de las grasas y las proteínas
que se encuentran en la membrana de las células, lo que produce un daño
que les impide cumplir funciones básicas, como el intercambio de
nutrientes y la limpieza de materiales de desecho. Incluso, son capaces
de tomar esos electrones del ADN.
Todo esto obstaculiza la regeneración y
la reproducción celular, lo cual tiene un efecto devastador: el
envejecimiento y la muerte celular.
En la piel, este proceso es el responsable de
la pérdida de elasticidad, la resequedad y las arrugas, porque los
radicales libres toman los electrones esencialmente del colágeno,
responsable de estas características.
Si toman los electrones de receptores en las
membranas encargadas de reconocer células vecinas, estas pierden la
capacidad de adherirse y proliferan de manera desordenada, lo que
favorece el crecimiento de tumores benignos o malignos. De ahí su
relación con la génesis de cáncer.
Por ese mecanismo, algunas enfermedades
crónicas se han ligado directamente con los radicales libres, como
padecimientos cardiovasculares, el mal de Alzheimer, el lupus, la
artritis reumatoidea, la diabetes mellitus y la colitis ulcerativa,
entre otras.
Fuentes: Pedro González, Sociedad Colombiana
de Medicina Preventiva; Silvia Jiménez, artículo ‘Radicales libres,
amigos del envejecimiento’, www.saludpr.com (2013).
Cómo medirlos y atacarlos
Cada día hay nuevos métodos para identificar y cuantificar los radicales libres en el cuerpo.
La mayoría de ellos son procesos bioquímicos
logrados con técnicas como el radioinmunoanálisis, las pruebas de elisa,
la espectrofotometría y otras marchas analíticas que permiten medirlos
directamente. Son engorrosas y costosas.
También hay métodos indirectos.
Es claro, por ejemplo, que si una persona vive en ambientes
contaminados, no hace ejercicio, fuma y su dieta es poco equilibrada,
quizá tenga altos niveles de radicales libres.
Entre los alimentos que aportan antioxidantes,
y que son una poderosa arma contra ellos, están el aguacate, los frutos
rojos (moras, fresas, frambuesas y arándanos), el brócoli, el repollo
y, en general, todas las coles. También la zanahoria, los cítricos
(naranjas, limones, mandarinas, toronjas), las uvas, la cebolla, las
espinacas, el tomate y el aceite de palma.
Aprenda a enfrentarlos
La práctica permanente de ejercicio aeróbico,
el no consumo de cigarrillo, seguir una dieta rica en frutas y verduras,
eliminar la comida procesada y ultraprocesada, evitar la
automedicación, propender a espacios libres de contaminantes y alejarse
de los pesticidas ayuda a prevenir los radicales libres.
¿Y si la acumulación es excesiva?
En este caso hay que recurrir a los
antioxidantes, que son sustancias capaces de bloquear la oxidación de
los radicales libres. En otras palabras, son como donantes de electrones
que estabilizan su equilibrio, con lo que dejan de molestar a otras
moléculas.
¿Y dónde están los antioxidantes?
El cuerpo tiene unos muy poderosos; otros
pueden obtenerse de la dieta y algunos hay que consumirlos como
medicamentos o suplementos. Dentro de las células están la catalasa, la
glutatión peroxidasa y la superoxidodismutasa, que tienen selenio; este
ayuda a formar hidróxilos amigables con las vitaminas C y E
(antioxidantes que uno consume). En el plasma hay transferrina,
lactoferrina y albúmina, que se agotan con la diabetes; bilirrubina,
ácido úrico y hormonas.
Si el cuerpo los produce, ¿por qué se envejece?
Poco a poco los antioxidantes se agotan y los
radicales libres externos se acumulan, así que hay que proporcionarlos
en la dieta, con vitaminas C y E, polifenoles, flavonoides, carotenos,
licopenos, xantinas y luteínas, presentes en cítricos, verduras, té
verde, uvas, tomates y vino, entre otros alimentos.
¿Eso es suficiente?
No siempre. El cuerpo pierde, poco a poco, la
capacidad para frenar la oxidación; de hecho, cuando este proceso se
acelera por la influencia de factores externos, es necesario
complementar la alimentación con minerales como el zinc y el selenio,
dosis altas de vitamina C y suplementos de vitamina E. Eso sí, se
necesitan la valoración y receta de un médico.
CARLOS F. FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO
Asesor médico de EL TIEMPO