Las frecuencias cerebrales que rigen tus flujos de pensamiento pueden ser editadas con ejercicios muy simples de meditación.
La meditación es una de las herramientas
más apasionantes y efectivas, disponibles, para relacionarnos con
nuestra mente.
Si bien la mayoría de las técnicas más populares para
meditar se desarrollaron en oriente, donde vienen cultivándose
milenariamente, durante los últimos cincuenta años esta práctica se ha
popularizado, de forma un tanto eufórica, en muchas otras regiones del
planeta, y cada vez son más las personas que se acercan a ella con el
fin de, conscientemente o no, mejorar su calidad de vida.
Como parte de esta amplificación de la
meditación, hoy contamos con innumerables estudios científicos que
avalan los beneficios concretos que conlleva el meditar, y las
consecuencias positivas de esta práctica para la salud. Y conforme la
ciencia ha puesto su atención en esta actividad, gradualmente hemos ido
entendiendo sus efectos a nivel neuronal, es decir, qué ocurre en
nuestro cerebro cuando meditamos.
Uno de los indicadores más interesantes
de la injerencia que meditar tiene en nuestro cerebro son las
frecuencias cerebrales, cuyas ondas se agrupan, según su intensidad, en
cinco rangos principales. Las frecuencias más bajas o lentas indican,
entre otras cosas, que existen mayores intervalos entre flujos de
pensamiento. Cuando hay mayor actividad en este sentido, generalmente es
más difícil relajarnos, aunque, en cambio, dicho estado favorece
algunas actividades puntuales. Por otro lado podemos disminuir la
frecuencia, dando mayor espacio a cada pensamiento, lo cual nos coloca
en una posición orientada a estados más trascendentales.
Las cuatro ‘regiones’ corresponden a los
siguientes rangos de frecuencias Beta (12-30Hz), Alpha
(7.5-12Hz), Theta (4-7.5Hz) y Delta (0.5-4Hz), siendo esta última
exclusiva de estados de relajación profunda. Consulta aquí más información sobre cada rangos.
Como ya mencionamos, algunos estados favorecen ciertas actividades, por
ejemplo la concentración, o la retención de información, otros la
relajación, la intuición o los procesos analíticos. El problema es que
cuando abusamos de uno u otro esto generalmente deriva en estados poco
deseables, por ejemplo ansiedad o, en caso contrario, somnolencia.
El actual contexto sociocultural
privilegia marcadamente, o incluso exige, actitudes y aptitudes mucho
más alineadas a beta y Alpha, es decir, rapidez, pragmatismo,
productividad, algo que en muchos casos termina generando una
aceleración tal que eventualmente detona altos niveles de estrés y
ansiedad. Por esta razón, resulta útil conocer puntualmente cómo podemos
desacelerar nuestra mente, y aprender a bajar nuestros flujos mentales,
equilibrando los betas y alphas que la cotidianidad demanda, con la
suavidad del theta o incluso, con mucha dedicación, del paradisiaco
delta –se alcanza mediante prácticas muy avanzadas de meditación o
durante el más sueño profundo.
En diversos estudios[1]
se ha probado que con un poco de meditación ‘básica’, es decir la
modalidad más simple de esta práctica, activada durante solo unos
cuantos minutos, puede reducirse fácilmente la frecuencia cerebral,
induciendo estados más relajados y por lo tanto permitiendo que fluyan
otros estados.
El siguiente ejercicio es tan poco
espectacular, como efectivo. En algún momento del día, elige cinco
minutos, y trata de concentrarte en tu respiración. El objetivo es,
lejos de “poner tu mente en blanco” o cosas por el estilo, simplemente
ir disminuyendo el ritmo: inhalaciones y exhalaciones más lentas,
espaciadas. Por alguna razón, el ritmo de tu respiración está asociado
con el ritmo de tu mente, entonces al alentar una la otra le seguirá.
Tras unos momentos de esta práctica quizá notaras que si bien tu mente
sigue relativamente dispersa, el ritmo de esa dispersión es menor, y por
lo tanto existe más silencio entre cada bombardeo racional. En pocas
palabras, para entonces habrás logrado reducir tu frecuencia de beta o
alpha, a theta, algo que tu cuerpo y tu mente agradecerán. Terminando,
puedes reinsertarte en el frenesí cotidiano y la ‘hiperconectividad’,
pero aún así el entorno ya no será el mismo, sobretodo si lo adoptas
como un hábito.
Pero en todo caso, si no te interesa
relajarte o recibir sugerencias, quizá lo más importante de este
ejercicio es que a través de él puedes consumar una especie de auto-hack
minimalista, lo cual, creo, representa uno de los aspectos más
estimulantes del diseño humano, la posibilidad de programarnos –y es que
mientras respiremos, tal vez todos somos dioses.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis