No recuerdo que en los años 80 hubiese tantos anuncios
de yogurt como ahora.
Es más: a nadie se le hubiera ocurrido usar a los
lactobacilos como argumento de venta (es algo tan raro como decir que
cierta marca de espinacas es mejor porque contiene clorofila).
Hace
treinta años tampoco nos decían, una y otra vez, que necesitábamos
regenerar la flora bacteriana para evitar, entre otras dolencias, el
“tránsito lento”.
Lo cierto es que éramos menos sedentarios, que no se
vendían tantos alimentos genéticamente modificados, que no consumíamos
tanta azúcar, y que la comida industrializada no había invadido el 80%
de nuestros platos.
Aunque parezca difícil de creer, el número de bacterias en nuestro cuerpo supera al número de células animales en una proporción de 10 a 1. Esas bacterias han evolucionado con nuestra especie de tal forma que no podemos sobrevivir sin ellas. De hecho, numerosos estudios han mostrado que el 80% del sistema inmunológico del ser humano se encuentra en las paredes intestinales, por lo que está estrechamente vinculado a la salud de la flora bacteriana digestiva.
Las bacterias de nuestro cuerpo se alimentan de probióticos, y el yogurt industrializado no es la única ni la mejor opción. Tan solo la comida asiática (mercados chinos hay en casi todas partes) tiene una lista enorme de alimentos fermentados, desde la kombucha, pasando por las algas y la soya. Pero si no te gustan los sabores asiáticos, quieres ahorrarte dinero y asegurarte de que tus alimentos son 100% limpios y saludables, puedes aprender a preparar tus fermentados en casa. Las abuelas, por ejemplo, hacían un yogurt casero (kéfir) con “búlgaros”, agua de tíbicos con “pajaritos” del Tibet, vegetales en conserva de agua y sal, o bien chukrut (col fermentada).
Elíxir de juventud
Poca gente conoce la famosa agua de germinado, también conocida como rejuvelac. Muy popular entre los amantes de la cocina cruda y vegana, el rejuvelac no contiene alcohol y aporta cien veces más probióticos que un yogurt de marca. El agua de germinado es una bebida alcalinizante, por lo que previene todo tipo de cáncer, es rica en proteínas, fosfatos, vitaminas del grupo B y otras enzimas.
La fermentación de un alimento es como una primera digestión fuera del cuerpo; es decir que los microorganismos hacen que las moléculas de los nutrientes se hagan más simples: las proteínas se descomponen en aminoácidos y los carbohidratos en azúcares simples. Esto facilita los procesos digestivos, pues se producen menos ácidos y enzimas, lo que permite que la flora intestinal se mantenga en equilibrio. Si la flora bacteriana está sana y correctamente nutrida, se reduce la irritación del colon, se absorben mejor los nutrientes, se eliminan las toxinas correctamente y se fortalece el sistema inmunológico. De entre todos los fermentos, el agua de germinado es uno de los que más nutrientes aporta al organismo.
¿Cómo prepararlo?
En un bol, pon a remojar media taza de semillas (trigo o lenteja) en tres tazas de agua. Cubre el bol con un paño, déjalo en un sitio fresco (no más de 21 C); enjuaga las semillas dos veces al día y déjalas remojando toda la noche. Repite la operación por dos días más o hasta que las semillas germinen. Enjuaga una vez más, coloca el germinado en una jarra con un litro de agua y deja fermentar dos días a temperatura ambiente. Al cabo de ese tiempo, el agua quedará un poco turbia, ligeramente ácida y algo carbonatada. Cuela el líquido y bébelo como agua de uso o mezclado con licuados de frutas en el transcurso de los siguientes tres días. El germinado puede volver a ponerse en la jarra para preparar otros tres litros de rejuvelac. Las semillas germinadas pueden aprovecharse en la composta o como alimento para animales.
También pueden seguir la receta que proporciona el sitio La vida lúcida.
@luzaenlinea