Aunque los alimentos nos proporcionan
nutrientes y el organismo esta preparado para descomponerlos y
asimilarlos, hay una vitamina que necesita que tomemos el sol para que
nuestro cuerpo pueda asimilarla.
La vitamina D favorece la absorción intestinal del calcio y el fósforo. Interviene en el crecimiento y endurecimiento de los huesos y de los dientes. El organismo la produce por la acción del sol.
La exposición al sol de la cara, los brazos y las manos de las personas de piel blanca durante 5 a 10 minutos, equivale a la ingestión de 5 microgramos de vitamina D, la cantidad que necesita un adulto diariamente. La necesidad diaria de niñ@s, adolescentes, embarazadas y madres lactantes es el doble: 10 microgramos.
En invierno, cuando hay varios días seguidos sin sol, podemos buscar la vitamina D en los alimentos. Sólo los de origen animal la contienen en cantidades significativas. En orden decreciente: pescados grasos y especialmente su hígado; el hígado de los mamíferos, la yema de huevo, la mantequilla y la leche completa. No es necesario ingerirla en forma de suplementos. En exceso resulta tóxica pudiendo producir calcificación del riñón y del corazón.