Entre ellos no sólo se cuentan los propiamente quirúrgicos, sino también la anestesia, el proceso que permite bloquear la sensibilidad táctil y dolorosa del paciente para poder practicarle cirugía, universalmente extendido y cuyos efectos aún se encuentran en discusión en la comunidad médica.
De entre todos ellos, durante las últimas décadas ha cobrado especial importancia el conocido como delirio postoperatorio, conceptualizado por primera vez a finales de los años ochenta. Aunque en un primer momento no se encontró la suficiente evidencia para relacionarlo con la anestesia en sí, cada vez más investigaciones ponen de manifiesto que este estado de confusión está ocasionado por la cantidad de anestesia inducida en el cuerpo del enfermo.
Según un estudio publicado el pasado verano en Anesthesia & Analgesia, la revista oficial de la Sociedad Internacional de Investigación sobre la Anestesia (IARS), el 45% de los pacientes sufrían este delirio después de la operación. En algunas ocasiones, puede tratarse de un simple desasosiego, a veces acompañado por pérdida de memoria; en otros se pueden llegar a producir terroríficas alucinaciones o incluso estados de violencia en el momento en el que el paciente despierta de la anestesia, lo que puede poner en peligro la integridad física del enfermo o de los facultativos. La mayor parte de efectos suelen desaparecer en uno o dos días, pero no siempre es así.
Un duro despertar
La preocupación por este delirio ha aumentado después de que algunos estudios hayan identificado que las consecuencias cognitivas de la cirugía pueden prolongarse durante más de unos meses. Es lo que expuso la investigación conocida como «Trayectorias cognitivas después del delirio postoperativo», que identificó que aquellos pacientes mayores de 60 años que habían sido sometidos a una operación cardiaca tardaron entre seis meses y un año en recuperar al completo su capacidad mental. Aquellos que pasaron más de tres días sufriendo delirio alargaron el proceso durante más de un año.
La cantidad de anestesia que se recibía influía de forma sensible en las probabilidades de sufrir delirio postoperatorioEra la primera vez que un estudio ponía de manifiesto que el delirio, que hasta entonces se había considerado como una dificultad transitoria, podía tener efecto en el largo plazo. Con el objetivo de recapitular sobre todo lo publicado hasta la fecha, Scientific American ha dedicado un artículo a recordar en qué punto nos encontramos. En él se pone de manifiesto aunque aún no se ha llegado a un consenso, tres investigadores de la Universidad John Hopkins identificaron que, ante una operación de reemplazo de cadera, la cantidad de anestesia que se recibía influía de forma sensible en las probabilidades de sufrir delirio postoperatorio.
Como señalaba la investigación, más del doble de los pacientes que fueron operados bajo anestesia general sufrieron confusión al despertar. Dicho estudio concluía que “el delirio postoperatorio breve (inferior a seis semanas) es un factor decisivo para el funcionamiento a largo plazo después de la reparación de una fractura de cadera, porque impacta la habilidad para vivir independientemente”. Es decir, puede ser un serio obstáculo en la recuperación de la autosuficiencia del paciente.
Otros dos factores importantes
Resulta muy complicado conocer los efectos específicos de la anestesia y su responsabilidad en la aparición del delirio, puesto que el quirófano da lugar a un gran número de estresantes que no pueden aislarse. El nerviosismo, la ansiedad, el tratamiento médico o los movimientos restringidos del paciente que se asocian con la estancia en el hospital pueden disparar, por sí mismos, la confusión en determinados pacientes.
No se puede desaconsejar ningún anestésico en concretoPor otra parte, la ciencia aún no ha sido capaz de averiguar qué compuesto farmacológico inyectado en forma de anestesia es el que causa estos efectos secundarios, como señala el profesor de anestesiología de la Universidad de Pensilvania Roderic G. Eckenhoff en el artículo anteriormente citado: “Ningún anestésico ha sido exonerado por los pacientes”, explicaba. “No hay uno en concreto que debamos desaconsejar”.
Sin embargo, existen determinadas drogas que han sido señaladas como posibles causantes de esta agitación: como recuerda una investigación publicada en la Revista mexicana de Anestesiología, el midazolam, la ketamina, el tiopental o el propofol pueden provocar alucinaciones, desinhibición u otros efectos tanto en niños como en adultos.
Se han señalado otros dos factores que pueden dar lugar a esta disfunción cognitiva: por un parte, la edad de los pacientes –suele afectar sobre todo a los mayores de 70 años–; por otra parte, la existencia previa de algunos síntomas de declive cognitivo, como los olvidos frecuentes o la desorientación. La gravedad de la operación determina igualmente las probabilidades de sufrir delirio, por lo que mientras que más del 50% de los pacientes de cirugía cardiaca muestran confusión, este porcentaje se reduce al 15% en el caso de las operaciones de cadera.
Cómo evitarlo
Ante la incertidumbre que todavía existe sobre las causas y las posibles consecuencias de este delirio, se han intentado tomar diversas medidas para evitar que este problema cognitivo afecte a los más mayores. Dejando aparte fármacos como el ondansetrón, un antagonista de la 5HT3 que se utiliza con frecuencia, es importante realizar una detección temprana del problema (en algunos niños, la ansiedad preoperatoria favorecía la aparición del delirio) o evitar condiciones clínicas como la hipotensión sostenida, la hipercapnia o la hipoxia.
Otra posible solución apuntada por los expertos médicos es utilizar únicamente la anestesia general para aquellos casos en los que no exista alternativa, puesto que la anestesia local limita las probabilidades de sufrir demencia, así como el empleo de anestesia total intravenosa basada en propofol, que reporta un bajo índice de agitación postoperatorio.
Una buena hidratación y alimentación del paciente durante los días previos al ingreso hospitalario, así como un buen descanso, también pueden mejorar el flujo de sangre al cerebro y, con ello, aliviar las posibles consecuencias negativas de la cirugía. Además, es de vital importancia la ayuda de familiares y amigos. La actividad mental que realiza el paciente durante una conversación con sus allegados mejorará la recuperación cognitiva del mismo.