Los alimentos integrales contienen una mayor proporción de fibra alimentaria que los que no lo son. La fibra alimentaria puede clasificarse por sus propiedades físicas y fisiológicas en fibra soluble e insoluble. La fibra soluble se encuentra mayoritariamente en frutas y algunos vegetales y la principal fuente de la fibra insoluble la constituyen las capas externas de los granos de cereales.
Entre las propiedades fisiológicas de la fibra dietética figuran su alta capacidad de retención de agua (aumenta la viscosidad del bolo alimenticio retrasando el vaciamiento gástrico), altera los procesos de absorción de nutrientes como pueden ser los azúcares (importante en personas diabéticas), fija cationes y ácidos biliares (favorece la disminución de colesterol) y genera ácidos grasos de cadena corta por fermentación bacteriana en el colon.
Estas propiedades justifican la necesidad de asegurar un consumo mínimo diario de fibra de 25 a 35 g/día, incrementando la proporción de alimentos integrales de la dieta para cubrir las necesidades y que obtengamos beneficios.
A igual peso, los productos integrales tienen una densidad energética algo menor que sus equivalentes no integrales, las diferencias son poco relevantes para justificar una pérdida de peso atribuible al consumo de productos integrales.