Para la ciencia y las humanidades el beso continúa siendo una pregunta que, con el paso del tiempo, sigue abriendo nuevas interpretaciones y teorías acerca de su existencia.
Besar es tan común que
pocas veces nos cuestionamos su raíz y los orígenes de esta actividad.
Más allá de las sensaciones físicas que un beso conlleva, esta parte de
la vida —y del amor— trae consigo una carga evolutiva que no solo supone
una muestra de cariño, sino un efecto neurológico del que pocas o nulas
veces somos capaces de detectar. Al besar, una serie de químicos se
producen en el cerebro, aumenta el ritmo cardiaco y el flujo de sangre
por los tejidos de los labios ilumina de rojo carmesí la boca de los
amantes.
La experiencia en
general es muy agradable. En un encuentro íntimo, el cuerpo pide antes
un beso que otro tipo de manifestación física; incluso puede ser tan
importante como el coito. Sin embargo, aún es una interrogante para el
campo antropológico y evolutivo. Besar, después de todo, juega un papel
importante en la vida las personas que a veces no tiene un carácter
sexual, y aunque se estima que el 90% de la población hace del beso una
algo cotidiano, su uso no es universal. Charles Darwin, consciente de
ello, en 1872 señaló que ‘los europeos están tan acostumbrados a besar
como señal de afecto, que podría considerarse que esto es innato en el
ser humano. Stelle se equivocó al decir: “La naturaleza era el autor y
comenzó con el primer cortejo’. Jemmy Button, el fueguino, me dijo que
esta práctica era desconocida en su tierra, igualmente sucede con los
neozelandeses, tahitianos, papúes y australianos”.
La cita de Darwin
supone aún más que el beso no es algo instintivo, sino algo aprendido.
Sin embargo, el hecho de que otras especies hagan de esta este un medio
de expresión y de alimentación, contrapone lo antes dicho.
El chimpancé, una
especie que continuamente se enreda en violentas disputas, al terminar
una pelea, se acerca a su oponente y lo besa, como una muestra de
reconciliación, incluso, en ocasiones reparten besos en un intento por
preservar el orden.
Cuando se trata de
ejemplos como estos, es importante destacar que el impulso por
antropomorfizar comportamientos animales es muy fuerte. Distintas
especies —ardillas, osos, elefantes—se “besan”, pero si estos
comportamientos surgen del mismo marco evolutivo, el besuqueo entre los
humanos puede ser difícil de concretar.
Una de las hipótesis
más convincentes que rodea a esta expresión corporal, está ligada a la
práctica generalizada pasar la comida pre masticada a otro miembro de la
especie. Los pájaros, los chimpancés y, por supuesto, los humanos, lo
hacen.
El paso de alimentos
de una criatura a otra es, sin duda, una íntima forma de interactuar. Si
este comportamiento puede ser considerado como “altruista” es
discutible, pero el hecho de cuidar a una criatura más joven, a una
pareja y además transmitir genes para las siguientes generaciones,
confirma la premisa de que este comportamiento está relacionado a la
evolución.
Pero entonces cómo fue
la transición que llevó al hombre de utilizar el beso como un medio
para la alimentación a hacerlo una actividad relacionada a lo
sentimental. Para la autora de The Science of Kissing, Sheril
Kirshenbaum, la proximidad que involucra un rozar los labios de alguien,
permite reconocer inconscientemente el estatus genético de las
personas. El biólogo Claus Wedekind encontró que las mujeres se sienten
más atraídas por el aroma de hombres con un código genético muy distinto
a su sistema inmune en una región del ADN conocida como el complejo
mayor de histocompatibilidad, esto significa que los descendientes de
ese hombre tendrán mayor diversidad genética, haciéndolos más saludables
y más aptos para sobrevivir.
La ciencia del beso
resulta fascinante pero también un indescifrable misterio hasta el
momento. Mientras tanto, tal vez sea suficiente decir que el beso sigue
siendo uno de los pasatiempos predilectos de las personas que, cabe
destacar, trae consigo muchos beneficios a la salud.
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