Escuchamos esta palabra por todas
partes. La leemos a menudo. Mucha gente la tiene en boca constantemente,
pero ¿qué es en realidad la empatía? ¿Sabemos ponernos realmente en la
piel de los demás?
A veces hacemos una interpretación
rápida y pensamos que la empatía es, sencillamente, saber ponernos en el
lugar del otro. Y aunque sí es cierto que esta es una parte de lo que
constituye la empatía, no es el todo, es solamente una pequeña parte. La empatía va más allá.
El poder escuchar las circunstancias de
otra persona y ponernos en su lugar no significa automáticamente que
estemos siendo empáticas. A veces simplemente simpatizamos. Pero para
conocer más a fondo esta capacidad, vamos a verla desde su base.
La empatía forma parte de la inteligencia emocional.
Esa inteligencia que, hasta hace bien poco, no era ni siquiera
considerada; no estaba en perspectiva de ninguna teoría. No se enseñaba
en la formación de psicología. ¡Es que no tenía ni nombre!
Por suerte ahora se escribe mucho sobre
ella, se conoce, hay muchísima gente que teoriza, e incluso se hacen
cursos y seminarios en torno a ella. Se enseña, se educa, se conciencia
sobre su importancia… Un cambio más que necesario, porque las inteligencias son múltiples, y para las relaciones personales la inteligencia emocional es fundamental.
Este tipo de inteligencia hace
referencia a la percepción, buen reconocimiento y expresión de toda la
esfera de lo emocional, así como a saber gestionar y utilizarlas
correctamente para nuestro día a día. No suena fácil, y es que no lo es.
Es de esas cosas que requieren un entrenamiento y revisiones personales
constantes. Pero de esas que realmente merecen la pena. Tanto por
nosotras como por nuestras relaciones.
La empatía es una parte de esta inteligencia emocional.
La empatía supone, no solamente ser conocedoras de la situación de la
otra persona y ponernos en su piel, sino el reconocer y sentir las
emociones que esa persona siente, tal y como ella las siente.
Podemos confundir la empatía con la simpatía:
la diferencia es que con esta última, sí, nos podemos revestir con la
piel del otro pero ponemos nuestro propio punto de vista: “yo no lo
hubiera hecho así”, “no entiendo por qué se lo toma tan mal”. Pero con
la empatía vamos un paso más allá y sentimos las emociones de la otra
persona: “comprendo lo mal que se siente”, “entiendo que se haya puesto
así”.
La empatía es, prácticamente de manera literal ponerse en la piel de otra persona,
incluidos sus sentimientos; comprender sus procesos mentales y
emocionales, saber sentir lo que siente. Os dejo un vídeo que explica
muy bien estas diferencias entre simpatía y empatía, y en el que vemos
algunas de las posturas que tomamos cuando estamos empatizando y cuando
estamos simpatizando:
Vamos, la empatía es como una especie de radar que nos ayuda a saber y a sentir por lo que otra persona está atravesando.
Pero claro, para llegar a desarrollar
una buena empatía primero tenemos que tener bien entrenada otra faceta
de la inteligencia emocional; la llamada autoconciencia emocional.
Ésta es uno de los pilares de la inteligencia emocional. E implica
reconocer nuestras emociones e identificarlas de forma correcta.
Cuando pasamos por situaciones intensas,
el torrente emocional que nos puede recorrer el cuerpo puede resultar
de lo más confuso. Detectar las propias emociones no es tan sencillo como podemos llegar a creer.
Es muy fácil confundir una emoción con otra. ¿Cuántas veces estamos que
mordemos cuando lo que nos pasa es que estamos tristes?
Aprender a ser autoconsciente emocional
también requiere mucha atención y práctica. No es algo que nos venga
dado al nacer, es un aprendizaje que debemos realizar y que es sumamente
importante para poder llegar a conocernos, atendernos correctamente,
así como para desarrollar una buena empatía para con las relaciones con
las demás.
Ser autoconsciente emocional y empática hace que las relaciones con otras personas se vean enriquecidas
ya que sabemos detectar las necesidades y límites que hay en
determinada situación interpersonal. Porque una empatía bien
desarrollada, no pasa sólo por aprender a reconocer las emociones a
nivel individual, sino a detectar las que surgen por los ambientes por
los que nos movemos.
Obviamente el ser empática es muy ventajoso, pero yo le veo un pero. Un pero que puede venir de un mal uso de esta capacidad.
Y es que, sobre todo en situaciones de conflicto, en el ejercicio de la
empatía, podemos tener tanto en cuenta las emociones de los demás, que
podemos caer en la trampa de no tener cuenta las propias.
Éste es un problema que nos podemos
encontrar en especial las mujeres; nos han educado para estar tan
atentas a las necesidades emocionales de los demás, que es fácil que
desatendamos las propias. Que entremos en una ceguera para con nuestras
propias emociones en pro de las de los demás. Y puede que estemos largo
rato empatizando y atendiendo emociones ajenas, hasta que, de repente
caemos: ¿y dónde quedo yo? No dejemos la autoconciencia emocional de lado.
Así que es importante tener en cuenta
las emociones de las demás personas, pero mucho cuidado con priorizarlas
por encima de las nuestras. Una correcta inteligencia emocional
significa también aprender a ver y valorar nuestras propias emociones y
actuar en consecuencia de lo que sentimos.
No paro de hablaros de aprender, de
gestionar, de valorar… Y es que esto es lo que nos toca si queremos
tener bien desarrollada la inteligencia emocional. Como os he comentado,
por suerte hay mucha cantidad de información, teorización e incluso
terapias al respecto. Os animo a leer todo lo posible y a revisar cómo
vamos en esta inteligencia.
Le irá bien a tus relaciones, pero sobre todo, te irá bien a ti.