Como todas las preguntas con el poder de
obsesionarnos, “¿podemos ser más inteligentes?” es en sí misma ambigua
(¿individuos más inteligentes? ¿organizaciones? ¿qué quiere decir
exactamente ser más inteligente?), pero la siento clara y urgente.
Parafraseando a Wittgenstein, los límites de nuestra mente son los
límites de nuestro mundo.
y hay un sentido muy definido en el que
ser significativamente más inteligente aumentaría la riqueza de
nuestros mundos subjetivos de una manera que no reemplaza pero tampoco
puede ser reemplazada por riqueza o conocimiento.
Esto no quiere decir que la inteligencia
carezca de ventajas prácticas. Siendo todo lo demás equivalente, por
supuesto, la inteligencia es útil para cualquier persona, tal vez más
cuanto más compleja tecnológicamente se vuelve nuestra sociedad. Y como
especie nos enfrentamos a problemas que parecen empujar los límites de
nuestro cerebro, incluso vinculados a través de redes de investigación
científica y aumentados con nuestras mejores computadoras.
La
construcción de mejores fuentes de energía, entender el envejecimiento y
las enfermedades crónicas, la reconstrucción y administración de
sistemas biológicos y climáticos, incluso la comprensión de nuestras
propias mentes — estas son todas cuestiones que mejorarían nuestras
vidas inconmensurablemente, o cuya falta de solución puede llevar al
fin de nuestra civilización. En todas estamos logrando progresos, pero
con la siempre presente conciencia de que estamos trabajando en los
límites de nuestras capacidades intelectuales colectivas.
¿Cuánto más
rápido y mejor podríamos resolver estos problemas con capacidades
individuales o colectivas aumentadas?
Pero esta es la justificación económica,
y hasta cierto punto la justificación moral (¿tenemos el derecho de no
hacer lo necesario para ser capaces de entender y solucionar problemas
de los que dependen el bienestar sino la supervivencia de miles de
millones de personas durante los próximos siglos?). La justificación
personal es más primaria: la emoción del descubrimiento, no de un hecho
nuevo, sino de todo un mundo nuevo.
¿Podemos ser más inteligentes? ¿No como
una posibilidad abstracta, sino como un reto a nuestras capacidades
tecnológicas contemporáneas?
A nivel individual, creo que todavía no
tenemos la necesaria comprensión de la biología y cognición humanas. Los
nootrópicos conocidos (“píldoras de inteligencia”) así como la
aplicación localizada transcraneal de corrientes eléctricas y campos
magnéticos tienen efectos mensurables pero leves — en muchos aspectos
todavía no hemos mejorado a la cafeína y la nicotina —, no tenemos más
que hipótesis vagas de los detalles cómo el cerebro codifica y elabora
pensamientos, y aunque usamos rutinariamente software
que nos permiten hacer cosas que antes eran imposibles, más allá de la
capacidad de procesar datos masivos en bruto, nuestro rendimiento global
sigue siendo (en este contexto) deprimentemente humano.
Para los grupos la situación es
diferente. Las matemáticas de la toma de decisiones y el procesamiento
de información son enormemente poderosas, y su integración en el
funcionamiento interno de un grupo a través de procesos y software es
más factible que su integración en el funcionamiento interno de una
mente individual.
Y sin embargo prácticamente ningún grupo
llega al nivel de capacidades cognitivas colectivas de una comunidad
científica (una tecnología de pensamiento colectivo que conocemos desde
hace siglos), y mucho menos a los niveles que sabemos posibles. Incluso
organizaciones dedicadas explícitamente al análisis y procesamiento de
información, como las agencias de inteligencia, cometen errores
colectivos enormes con altísima frecuencia.
Afirmamos que vivimos en una “Economía
del Conocimiento”, pero en la práctica invertimos muy poco en hacer a
nuestros individuos y grupos más inteligentes, e invertimos aún menos en
investigar mejores maneras de hacerlo. La poca investigación en formas
de aumentar la inteligencia individual, creo, refleja el hecho de que
nuestras instituciones y reglas médicas y científicas fueron codificadas
en una época en la que, simplificando, la mortalidad infantil y las
enfermedades infecciosas eran amenazas al funcionamiento social en su
conjunto, mientras que la vejez y niveles de inteligencia “naturales” no
lo eran. En ese sentido, podemos hablar (y más que agradecidamente) de
un éxito bastante general en esas áreas, pero ahora enfrentamos nuevos
problemas, para los que esta medicina (no como corpus científico sino
como grupo de instituciones) no es la adecuada.
A nivel de la inteligencia grupal la
razón puede ser todavía más simple: un grupo colectiva y operativamente
más inteligente que sus individuos es un grupo en el que los beneficios
de una posición de poder están severamente limitados. Puede ser más
eficiente en su conjunto, y proveer mayores beneficios a sus miembros o
incluso a la sociedad de la que es parte, pero la lógica personal de
cualquier individuo en posición de poder es la de mantener cualquier
nivel de discrecionalidad que tenga.
Es un pensamiento inquietante, pero no
carece de esperanza. Podríamos estar haciendo (más) cosas
extraordinarias, y tenemos las herramientas para hacerlo — sólo tenemos
que decidirlo.
Marcelo Rinesi.