En el comportamiento amoroso y erótico de los seres humanos un órgano desempeña un rol esencial: el cerebro. Con un peso de tres libras este es, sin dudas, la “pieza” sexual más grande, que se activa en toda la rutina del apareamiento: deseo, atracción, enamoramiento, simpatía, confianza, erección, placer, lubricación, eyaculación, orgasmo… y también en la flexibilidad, la comunicación o el duelo por la pérdida.
El neurólogo norteamericano Daniel G. Amen, autor de varias investigaciones, artículos y libros relacionados a este campo, revela el papel de cada una de las estructuras cerebrales: corteza prefrontal, el ganglio basal, los lóbulos temporales, el sistema límbico y el giro cingulado anterior. Cada una de ellas interactúa, perciben el mundo y procesan la información, para decidir qué y cómo actuar ante cada situación.
En uno de sus más recientes libros Liberando la fuerza del cerebro femenino, el experto señala cómo tras el estudio de más de 46 000 escáneres cerebrales en los que se comparó el cerebro masculino y femenino, se identificó que el cerebro femenino está activo alrededor de un 90 por ciento frente al masculino que lo está un 9 por ciento.
Ahí advierte su sorpresa a las diferencias marcadas entre los dos sexos, al identificar al menos cinco vías por las que el cerebro femenino tiene más capacidad que el del hombre: intuición, empatía, autocontrol, niveles apropiados de ansiedad y colaboración.
A la vez, ese órgano puede ser también el más recio tirano para molestarnos o sorprendernos. Piense cuántas veces, en medio de una situación agradable o al menos tranquila, vienen a nuestra cabeza pensamientos desagradables o incómodos sin que podamos evitarlos.
Aunque en la mayoría de las ocasiones se logra frenar o conducir las fantasías hacia un final menos traumático, siempre queda la duda sobre el origen de tales pensamientos.
Y es que, alerta el doctor Amen, el sistema límbico, también llamado cerebro emocional, está todo el tiempo generando ideas, posibilidades, hipótesis interesantes.
¿MENTE ABIERTA?
Si comenzamos a analizar la estructura de un cerebro, una de las secciones con mayor interés es la corteza prefrontal (CPF), la cual actúa como centinela: nada ocurre sin su supervisión.
Se dice que esta es la zona encargada de juzgar, planear y organizar acciones, algo así como “el pepe grillo de la conciencia” que apunta entre el bien y el mal, y controla los impulsos, al aprender de errores pasados.
Cuando funciona bien la persona es capaz de desarrollar empatía, y somos expresivos y orientados al éxito; pero cuando una se tiene una CPF hiperactiva, se vive siempre con ansiedad, puede ser inflexible, actúa con inconsistencia y le cuesta mucho tomar decisiones personales.
En cambio si tiende a juzgar mal todo lo que ve, le es difícil expresar sus sentimientos, habla o actúa por impulsos y organiza mal su tiempo y espacio, esa persona puede tener una CPF hipoactiva.
Por lo general estos últimos son individuos que nunca terminan sus proyectos, no se están quietos mucho rato y a menudo llegan tarde sin quererlo. Pierden cosas con frecuencia, no entienden las necesidades de los demás, quieren todo para ¡ya!, interrumpen las conversaciones y contradicen por gusto a los demás.
Además son muy sensibles al tacto, los ruidos y los olores, y como no logran filtrar esos estímulos se disocian fácilmente, incluso en actividades tan placenteras como el coito.
Para estimular su CPF se someten con frecuencia a situaciones peligrosas, involucrando en ello a sus acompañantes: manejan muy rápido, se meten en peleas de extraños, van a lugares intrincados y tienen prácticas sexuales de riesgo (violencia, parafilias, sexo no protegido…).
En el peor de los casos esa disfunción puede generar una personalidad antisocial, trastorno de hiperactividad o adicciones. El diagnóstico debe ser hecho por especialistas, y la autoayuda se enfoca hacia nuevos estilos de vida y alimentación, además de crear una red de apoyo familiar que le comprenda y facilite esos cambios.
DONDE COMIENZA LA ACCIÓN
Otra región de gran influencia en las relaciones interpersonales, es el ganglio basal (GB), pues en este se atesora la capacidad de integrar los pensamientos y emociones que hacen saltar cuando te excitas o congelarte si te asustas, explica el doctor Amen.
Por eso lo describe como el centro del placer y el éxtasis. Si todo está bien la persona se mantiene relajada, ve el futuro con buenos ojos, se siente libre de expresar su sexualidad y puede resolver conflictos de modo pacífico, constructivo.
Cuando hay exceso de actividad del GB el estrés se manifiesta en dolores de cabeza, problemas intestinales, tensión muscular, quejas frecuentes sobre la salud, dificultad para evitar conflictos y tendencia a trabajar mucho, compulsivamente.
Por lo general sienten miedo excesivo, piensan siempre lo peor, no se relajan ni en una cena romántica y difícilmente tienen energía o voluntad para el sexo. Como están llenos de ansiedad y muy recelosos tienden a apartarse del resto de la gente. Se asustan de lo nuevo y predicen que todo los va a herir, así que el Sol muere para ellos antes de nacer.
Estas personas necesitan, además del diagnóstico adecuado, un entrenamiento para aprender a relajarse y ser más asertivas. Les ayuda escuchar música, disminuir el consumo de cafeína, alcohol y nicotina, hacer ejercicios suaves y meditar. La terapia cognitiva ha demostrado ser útil para eliminar malos pensamientos, asevera Amen.
Si, por el contrario, hay baja actividad del GB, surgen problemas con la atención y la motivación, se vuelven apáticos y necesitan actividades estimulantes, como ejercicios intensos y mucho sexo…Siempre que se les logre convencer de su utilidad.