La presencia de agua en el organismo es esencial como el aire, es necesaria para el transporte del oxígeno y los nutrientes por todo el sistema muscular para su tonificación, el mantenimiento adecuado del porcentaje del volumen plasmático y la capacidad del cuerpo de autorregular su temperatura.
Una mala hidratación reduce el rendimiento físico, produce sueño, mareos, dolor de cabeza, desmayos y el conocido “golpe de calor”, que es la elevación de la temperatura corporal por encima de lo normal en un tiempo de minutos, ocasionando fiebre, deshidratación, sudoración excesiva, aceleración del ritmo cardiaco y, en algunos casos, coma.
Durante la ejecución de algún deporte puede presentarse la pérdida de la sensación de sed, un factor peculiar de deshidratación. El ingerir una pequeña cantidad de agua durante la práctica ocasiona que el cuerpo no tenga la necesidad de consumir el vital líquido y éste, a su vez, es un síntoma de que el cuerpo está perdiendo líquidos… ¿Qué se hace, entonces?
Si bien, para un estilo de vida cotidiano lo más recomendable es beber entre dos y dos litros y medio de agua al día, esto a parte del líquido que obtenemos de infusiones, zumos, caldos y café, para una persona que se ejercita es necesario que la cantidad de consumo se duplique a causa de la intensidad y duración de la práctica deportiva.
Lo mejor que puedes hacer como deportista es beber agua antes, durante y después de tu rutina. Inicia bien hidratado, en la práctica toma entre 200 y 300 mililitros cada 20 minutos y al finalizar bebe una cantidad entre 500 y mil mililitros. De esta manera mantendrás el equilibrio de la temperatura corporal, el de los niveles de líquidos y electrolitos, disminuirá la fatiga y el rendimiento físico será el idóneo.