Como todos los profesores y alumnos de hatha yoga medianamente informados reconocerán, la tradición en la que éste se inscribe se remonta a varios milenios y su origen se pierde irremediablemente en la noche de los tiempos. Por tanto, estamos ante una ciencia clásica de la vida y del ser humano, una ciencia y una tradición que, en toda su historia, nunca ha dejado de entregarse a la profunda tarea de dar significado a la vida del propio ser humano en un contexto cósmico desde una perspectiva eminentemente espiritual.
El hecho de que el hatha yoga forme parte de una tradición milenaria es algo que evidentemente nos ayuda a legitimar la bondad de sus métodos y la eficacia de su disciplina, sobre todo en un mundo aparentemente tan convulso y tan complejo en el que los valores espirituales parecen brillar por su ausencia. Por supuesto, nos parece útil y necesario tener presente toda esa tradición sumergida, que sin ir más lejos es el fundamento y la esencia de lo que hoy por hoy pretendemos transmitir a nuestros alumnos en nuestras clases. Sin embargo, nos parece igualmente útil y necesario estar abiertos a la novedad y al cambio en un mundo en el que las cosas se renuevan cada dos por tres.
Desde mi punto de vista, creo que debemos dar pasos hacia un yoga verdaderamente integral, tal vez a la manera de Aurobindo, pero sin otorgar a sus realizaciones la última palabra. En ese sentido puede ser básico prestar atención a las diversas sendas yóguicas en las que los estudiosos han clasificado esta ciencia: raja, bhakti, karma, gnana, etc. Embarcarnos en una práctica equilibrada de todos esos aspectos puede ayudarnos a transformar nuestras conciencias en la dirección sugerida por la doctrina, pero a este respecto también puede resultar interesante concebir nuestras vidas como un acto yóguico continuo. Encontrar la realización en lo cotidiano se me antoja un desafío de gran valor, sobre todo porque, debido a las exigencias del guión sociocultural imperante, cada vez tenemos menos tiempo para la ejecución metódica de un trabajo yóguico completo.
Por tanto, ya tenemos una bonita mezcla: fidelidad a la tradición, espontaneidad en nuestros actos cotidianos y apertura hacia las tendencias actuales. Estas tres cosas, aderezadas con una pizca de disciplina, de práctica y de estudio, pueden ser suficientes para catapultarnos hacia mayores cotas de lo que podemos llamar un bienestar consciente y sostenible y, por supuesto, hacia una plenitud vital espiritualmente informada.
En todos los casos sería nefasto olvidar que el yoga es una tradición que tiene mucho que ver con la espiritualidad y con la religión, o por lo menos con algunas formas de entender la religión. Obviar esto, ya seamos profesores o alumnos, me parece que simplemente significa negar el aspecto fundamental de las enseñanzas. Reconozco que al hablar de religión es posible que a más de uno le tiemblen las manos o le entren sudores fríos, incluso tal vez haya quien termine abandonándonos mientras nos acusa de proselitismo o de otras cosas aún más extravagantes, pero lo cierto es que la tradición hinduista en general y la tradición del hatha yoga en particular son esencialmente espirituales.
De hecho, el hatha yoga es el puntal más reconocido en Occidente, ya no por su fundamento espiritual, sino tal vez por sus innegables beneficios y porque es una práctica al alcance de todo el mundo, cosa que no ocurre con otras disciplinas o enfoques filosóficos como el Vedanta, el Samkhya o muchos otros elementos de la tradición. Desde luego, no podemos negar que, a pesar de las múltiples aproximaciones al espíritu y de los múltiples desarrollos que se han sucedido en el seno del hinduismo, esta tradición es un continuo que se guía por una especie de hilo conductor o de correa de transmisión que no ha dejado de sostener las realizaciones de cientos de sabios a lo largo del tiempo. En este punto a los hindúes les gustaría hablar de Sanatana Dharma, la enseñanza eterna, la doctrina imperecedera que a lo largo de las edades se ha manifestado en una miríada de credos y de espiritualidades. Y tal vez todos esos enfoques y todas esas perspectivas se complementan unos a otros dejando entrever la milagrosa creatividad del espíritu humano en materia de mística y de religión.
¿Corre acaso peligro de ruptura ese divino hilo en los tiempos que corren? Muchos tal vez piensen que sí. Tal es el argumento de los que esgrimen el estado en el que en muchos casos se encuentra la enseñanza actual del hatha yoga como una prueba del olvido de nuestras genuinas raíces espirituales. En muchos sentidos no les falta razón, sobre todo cuando se denuncia que el yoga jamás puede equipararse a otras disciplinas con las que en numerosas ocasiones comparte programa en muchos gimnasios y en muchas academias de barrio y cuando vemos que cada poco tiempo algunos avispados parecen inventar nuevos y eficaces estilos yóguicos para superar el estrés y para acceder a una conciencia más plena. Pero tal vez sea ese el signo de los tiempos. Tal vez el poderoso iceberg de nuestra tradición deba navegar sabiamente en los encrespados y turbulentos mares actuales. Tal vez debamos reconocer que la psique y, por ende, el alma están tratando de abrirse paso día a día a través de nuevos métodos y de formas desconocidas hasta la fecha. Tal vez los tiempos que se avecinan nos exijan más que nunca mantener abierta la puerta a nuevas expresiones y a nuevas técnicas en las que el espíritu del yoga también pueda reconocerse.
Por tanto abogamos por una tradición flexible, maleable y lo suficientemente abierta a la imparable creatividad de nuestros recursos yóguicos. Abogamos por una práctica responsable espiritualmente informada en la que el bagaje metafísico de la tradición pueda aparcarse siempre que sea necesario para reconocer que todos los modernos etilos yóguicos también pueden ser una oportunidad para que el espíritu de dicha tradición pueda manifestarse. Y abogamos finalmente por que el impulso del alma del yoga sea lo suficientemente sabio, cosa de la que estoy totalmente convencido, para no comprometer ni un ápice las creencias espirituales de todos los que se acercan a conocer nuestra amada ciencia.
Innovación sí, pero con fundamento y únicamente con la necesaria raigambre que puede alimentar y alentar todas esas novedades. Tradición también, pero con la frescura y el reconocimiento de que la propia tradición continúa creándose a sí misma en la miríada multicolor de todos los yogas actuales.
Porque si reconocemos que el yoga es una ciencia universal hemos de reconocer que nosotros somos los que hemos tomado el relevo de miles de sabios, maestros y practicantes, pero también debemos asumir que desde nuestra humilde posición continuamos siendo los creadores y los responsables de sus muchas formas de manifestación y desarrollo. Por supuesto, todos aportamos nuestro granito de arena para que la gran montaña del yoga continúe creciendo. De nosotros dependerá que el espíritu, que se nos ha revelado en cada uno de los sutras, en cada uno de los mantras y en cada una de las asanas, siga siendo el invisible hilo divino que mantenga unidos todos los desarrollos futuros del yoga y nos conduzca, a través de ellos, a las más elevadas realizaciones.