¿ES USTED UN ADICTO A COMPRAR POR COMPRAR?
La diferencia de sexos entre los adictos a las compras se da más en lo que adquieren, porque según los estudios los hombres tienden a comprar artículos como computadoras, cámaras, herramientas y aparatos electrónicos, mientras las mujeres se dejan seducir por la ropa, las joyas, el maquillaje y los artículos para el hogar, que cambian sin necesidad, pero ambos son propensos a la misma enfermedad.
El adagio popular afirma que para las penas de amor no hay mejor remedio que salir de
compras y eso lo saben y lo practican muy bien las mujeres en el mundo.
Esta afirmación que puede parecer un poco trivial no está lejos de la realidad y lo peor es que no es un mal exclusivo del género femenino, porque también afecta a los hombres por igual, a tal punto que estudios
revelan que de cada 20 personas, una trata de calmar su ansiedad, su dolor, su angustia e inclusive su soledad, realizando compras totalmente innecesarias, hasta convertirse en un comprador compulsivo.
El placer momentáneo de adquirir algo actúa como un calmante, como una droga que hace olvidar una crisis, pero como toda droga va creando una adicción que termina por convertir al indefenso consumidor en una presa fácil de los vendedores, que ya lo identifican, lo atraen y lo manipulan, llevándolo a comprar cosas que tal vez nunca utilizará en la vida y endeudándolo hasta que se da cuenta, generalmente muy tarde, que lo que necesita un verdadero remedio para su enfermedad.
Para los especialistas el comprador compulsivo es un adicto y como tal merece ser tratado y en los casos extremos se recomiendan un tratamiento psicológico, antes de que termine en bancarrota o lleve a su familia a la quiebra, porque la enfermedad va creciendo en valor a medida que su pena crece en tamaño, pero lo más execrable es que compran y compran sin medir las consecuencias.
La diferencia de sexos entre los adictos a las compras se da más en lo que adquieren, porque según los estudios los hombres tienden a comprar artículos como computadoras, cámaras, herramientas y aparatos electrónicos, mientras las mujeres se dejan seducir por la ropa, las joyas, el maquillaje y los artículos para el hogar, que cambian sin necesidad, pero ambos son propensos a la misma enfermedad.
El adagio popular afirma que para las penas de amor no hay mejor remedio que salir de
compras y eso lo saben y lo practican muy bien las mujeres en el mundo.
Esta afirmación que puede parecer un poco trivial no está lejos de la realidad y lo peor es que no es un mal exclusivo del género femenino, porque también afecta a los hombres por igual, a tal punto que estudios
revelan que de cada 20 personas, una trata de calmar su ansiedad, su dolor, su angustia e inclusive su soledad, realizando compras totalmente innecesarias, hasta convertirse en un comprador compulsivo.
El placer momentáneo de adquirir algo actúa como un calmante, como una droga que hace olvidar una crisis, pero como toda droga va creando una adicción que termina por convertir al indefenso consumidor en una presa fácil de los vendedores, que ya lo identifican, lo atraen y lo manipulan, llevándolo a comprar cosas que tal vez nunca utilizará en la vida y endeudándolo hasta que se da cuenta, generalmente muy tarde, que lo que necesita un verdadero remedio para su enfermedad.
Para los especialistas el comprador compulsivo es un adicto y como tal merece ser tratado y en los casos extremos se recomiendan un tratamiento psicológico, antes de que termine en bancarrota o lleve a su familia a la quiebra, porque la enfermedad va creciendo en valor a medida que su pena crece en tamaño, pero lo más execrable es que compran y compran sin medir las consecuencias.
Todos en algún momento de la vida hemos hecho compras innecesarias, todos tenemos algo en nuestros armarios que nunca estrenamos y todos de una u otra forma nos sentimos satisfechos al comprar algo suntuoso que no necesariamente se requiere para vivir, pero el problema es cuando esta actividad se vuelve común, casi diaria, pues de acuerdos a los estudios de Comercio de Estados Unidos estas personas salen a realizar sus compras 5 veces por semana.
Los hombres son igual de propensos que las mujeres a sufrir el trastorno mental según lo afirmas el Dr. Lorrin Koran, profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de Stanford, quien tumbo el mito que sólo era un problema del llamado sexo débil.
Como si fuera un cáncer, este mal de ricos y pobres, se inicia casi sin una detención temprana, arranca cuando el consumidor por alguna razón se siente perturbado por algo y sale de compras o simplemente mirar vitri-
nas en un centro comercial para llenar su tiempo y alejarse de sus problemas, termina adquiriendo algo que ni siquiera tenía en mente o sucumbiendo ante las denominadas ofertas, que son hechas por publicistas que saben muy bien de esta enfermedad.
Psicólogos afirman que el hecho de que la gente compre cuando está triste forma parte de un proceso común, porque es una forma de llenar un vacío emocional, el problema es cuando esta práctica se vuelve pan de cada día, porque la persona asume que se está premiando cada vez que saca su billetera.
El riesgo que corre este consumidor es tan grande, especialmente por la facilidad de adquirir muchas tarjetas de crédito, que esta enfermedad ya está considerada como un problema sicosocial, porque se vuelve una acción inconsciente, en donde la persona sale a la calle y si algo le llama la atención, lo adquiere, no importa si le será útil o no.
De acuerdo a los expertos el perfil de un comprador compulsivo, es el de una persona insatisfecha consigo misma, con un vacío que llena con la dopamina, una sustancia que está en el cerebro, encargada de generar la adrenalina, que crea el impulso de comprar y comprar, por lo general la perturbación se inicia entre los 15 y los 20 años y dura para toda la vida, si no se aplican los correctivos a tiempo.
El típico “vicioso” de las compras siente a menudo una sensación de euforia mientras extiende su dinero para pagar algo, pero esa alegría momentánea más tarde se transforma en remordimiento, después de que se da cuenta que ha gastado el dinero que no tenía o cuando discute con su pareja por la compra inoficiosa.
Los hombres son igual de propensos que las mujeres a sufrir el trastorno mental según lo afirmas el Dr. Lorrin Koran, profesor emérito de psiquiatría de la Universidad de Stanford, quien tumbo el mito que sólo era un problema del llamado sexo débil.
Como si fuera un cáncer, este mal de ricos y pobres, se inicia casi sin una detención temprana, arranca cuando el consumidor por alguna razón se siente perturbado por algo y sale de compras o simplemente mirar vitri-
nas en un centro comercial para llenar su tiempo y alejarse de sus problemas, termina adquiriendo algo que ni siquiera tenía en mente o sucumbiendo ante las denominadas ofertas, que son hechas por publicistas que saben muy bien de esta enfermedad.
Psicólogos afirman que el hecho de que la gente compre cuando está triste forma parte de un proceso común, porque es una forma de llenar un vacío emocional, el problema es cuando esta práctica se vuelve pan de cada día, porque la persona asume que se está premiando cada vez que saca su billetera.
El riesgo que corre este consumidor es tan grande, especialmente por la facilidad de adquirir muchas tarjetas de crédito, que esta enfermedad ya está considerada como un problema sicosocial, porque se vuelve una acción inconsciente, en donde la persona sale a la calle y si algo le llama la atención, lo adquiere, no importa si le será útil o no.
De acuerdo a los expertos el perfil de un comprador compulsivo, es el de una persona insatisfecha consigo misma, con un vacío que llena con la dopamina, una sustancia que está en el cerebro, encargada de generar la adrenalina, que crea el impulso de comprar y comprar, por lo general la perturbación se inicia entre los 15 y los 20 años y dura para toda la vida, si no se aplican los correctivos a tiempo.
El típico “vicioso” de las compras siente a menudo una sensación de euforia mientras extiende su dinero para pagar algo, pero esa alegría momentánea más tarde se transforma en remordimiento, después de que se da cuenta que ha gastado el dinero que no tenía o cuando discute con su pareja por la compra inoficiosa.